diaMuertos

Se dice que vivir un día de muertos en Pátzcuaro es una de esas cosas que deben ocurrirte una vez en la vida: allí las tradiciones se han vuelto espectáculo y viajantes de todo el mundo suelen presenciarles.

Hace unos años tuve la oportunidad de vivir un día de muertos en este pueblo mágico de México, una celebración que impregna colores, olores, sabores y sonidos.

El día de muertos se celebra el 2 de noviembre; en muchos lados se comienza a festejar desde el 1 de noviembre, el Día de Todos los Santos. Durante estos días, gran parte de las familias mexicanas colocan ofrendas en sus casas para sus parientes fallecidos, de acuerdo con la tradición, las almas de estos regresan a casa para convivir con los familiares vivos y para nutrirse de la esencia del alimento.

Las ofrendas que se colocan están compuestas por flores de cempasúchil (conocida como flor de muerto), flores de mano de león, sal, agua, velas, veladoras, calaveritas de azúcar, chocolate o amaranto, copal, incienso, fotografías, imágenes religiosas, pan de muerto, platos mexicanos, generalmente los favoritos de los difuntos y objetos personales.

Mi peregrinaje para la celebración del día de muertos, empezó el día 31 de octubre saliendo de la ciudad de Morelia a Pátzcuaro un pintoresco pueblo mágico, donde me podría quedar a vivir una larga temporada, donde el tiempo y espacio se detendría sólo para mí.  Al llegar al lugar la celebración ya empezaba a tomar vida, con sus colores, sabores, sonidos, que incluían exposiciones, tianguis artesanales, danzas, teatros, catrinas y ofrendas. Esa noche disfrutamos de todas las atracciones que las calles, veredas y callejones del pueblo nos ofrecía.

Ame la flor de Cempasúchil destaca entre todas las flores por su vivo colorido y aroma, el común de la gente la asocia inmediatamente como “flor de muerto” para los indígenas la flor tiene el sentido totalmente inverso, es la flor que más se asocia a lo sagrado, por el color y forma, la flor es signo de fiesta, vida y alegría; es incluso la misma flor utilizada para los rituales y ofrendas en India.

El 1 de noviembre viajamos a la isla de Janitzio del lago de Pátzcuaro, durante nuestro trayecto en la barca podríamos apreciar la actuación que realizan los pescadores con sus redes en formas de mariposas, al llegar a la isla los lugareños nos recibieron con una sonrisa y una amabilidad sin igual, rápidamente quede cautiva por su gente, sus costumbres y tradiciones.

Cada tienda, puesto de artesanía, casa, iglesia y el cementerio de la comunidad estaban decoradas con altares, flores de cempasúchil y banderas de papel picado con motivo a la festividad.

También tuve tiempo para disfrutar de un elote (mazorca) recién asada, unos charales típicos de la región y un rico jarrito loco, que hasta me quedé de recuerdo.

En la noche del 1 para amanecer 2 nos dirigimos al lugar de los que duermen el sueño eterno en el pueblo de Tzintzuntzan, aún tengo el recuerdo en mi piel del fuerte frio, característico en esta zona por la temporada. Quien tiene la oportunidad de visitar un panteón durante esta celebración en estos pueblos, descubre que cualquier sensación de soledad o temor desaparece al ver un panteón lleno de flores, vida, luz, fiesta y mucha gente.

En medio de la oscuridad de la noche, las luces de las velas blancas son los faroles de vida que alumbraban el gran panteón lleno de color naranja de las flores de Cempasúchil que perfuman todo el pueblo, los familiares van a las tumbas de sus difuntos, les colocan flores y hasta llevan comida para degustar en honor a los que ya no están con ellos. La visita puede durar un par de horas, sin embargo, la verdadera tradición consiste en quedarse en el panteón toda la noche del 1 y madrugada del 2 de noviembre en vela, recordando y rezando por el descanso eterno del difunto.

Mientras caminaba entre las tumbas podía ver el rostro de nostalgia, pero al mismo tiempo de paz de aquellos, que al pie de la tumba de sus difuntos estaban rindiendo tributo a los ya idos, en un ambiente de duelo y de fiesta, de tristeza y de algarabía, donde pervive la creencia en la continuidad de la vida después de la muerte y que las almas de los muertos viajan y se comunican con los vivos.

Hace un años, aquella celebración era una experiencia cultural, algo que miraba con mucha admiración y respeto, era el encuentro con lo sagrado, la convivencia colectiva, el rito y los elementos propios de la celebración, pero emocionalmente era lejano a mí; recuerdo que mientras daba pasos entre las tumbas y me encontraba con las miradas de los familiares de aquellos difuntos, intentaba desentrañar su dolor, tratando de imaginar su desconsuelo; al grado de sentirme triste sin saber en verdad lo que se siente; pero la vida de alguna manera nos habla y nos permite tener experiencias que no terminan siendo aisladas en nuestro vivir y que muchas veces sirve para preparar el camino de emociones y acontecimientos;  aunque nunca se está preparado para la perdida física de un ser amando.

Ahora la festividad de día de muerto tiene otra connotación muy distinta, tal vez encontré las respuestas que en años pasados buscaba y no encontraba dentro de mí, ahora sé lo que se siente y quisiera poder apartar este dolor que llevo dentro; y es cuando me apego a mis creencias…

Siempre he creído que la muerte es vida, no podríamos morir sin antes haber vivido, y a lo largo de nuestra vida nos toca morir y renacer muchas veces.

Este año me preparo para llevar flores al cementerio de mi comunidad y al pie de la tumba de mi padre rendirle tributo al descanso de su alma, y aunque en Panamá el día de los difuntos más que una celebración es un día de luto donde bailar y beber licor está prohibido; No tengo la menor duda que el sentimiento de tristeza y dolor está presente al igual que las ofrendas florales para nuestros seres queridos.

La muerte no es más que concebir la vida misma en todas sus dimensiones, cuando alguien muere, su cuerpo se sepulta pero su alma (ánima) sigue viviendo y va a reunirse con sus seres queridos fallecidos, con Dios o sus deidades y desde esa otra vida sigue viviendo dentro de sus seres amados.

El momento más triste de la vida no es la hora de la muerte, sino el fracaso de no vivir de verdad mientras estamos en este mundo.